Galeano, nos regala en sus libros fragmentos de la historia como no la hemos visto antes: relatos intensos, cotidianos, humanos. Esta semana, ojeando desordenadamente Espejos en busca de un cuento que utilizar en mis clases, fui a dar con el que sigue. Gracias, Eduardo.
A Tomás Moro sí lo entendieron, y quizás eso le costó la vida. En 1535, Enrique VIII, el rey glotón, exhibió su cabeza en una pica alzada sobre el río Támesis.
Veinte años antes, el decapitado habá escrito un libro que contaba las costumbres de una isla llamada Utopía, donde la propiedad era común, el dinero no existía y no había pobreza ni riqueza.
Por boca de su personaje, un viajero regresado de América, Tomás Moro expresaba sus propias, peligrosas, ideas:
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Sobre las guerras: Los ladrones son a veces galantes soldados, los soldados suelen ser valientes ladrones. Las dos profesiones tienen mucho en común.
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Sobre el robo: Ningún castigo, por severo que sea, impedirá que la gente robe si ése es su único medio de conseguir comida.
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Sobre la pena de muerte: Me parece muy injusto robar la vida de un hombre porque él ha robado algún dinero. Nada en el mundo tiene tanto valor como la vida humana. La justicia extrema es una extrema injuria. Ustedes fabrican a los ladrones y después los castigan.
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Sobre el dinero: Tan fácil sería satisfacer las necesidades de la vida de todos, si esta sagrada cosa llamada dinero, que se supone inventada para remediarlas, no fuera realmente lo único que lo impide.
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Sobre la propiedad privada: Hasta que no desaparezca la pripiedad, no habrá una justa ni igualitaria distribución de las cosas, ni el mundo podrá ser felizmente gobernado.