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Erasmo de Rotterdam

Erasmo

De nuevo un relato de Eduardo Galeano:

Erasmo de Rotterdam dedicó a su amigo Tomás Moro el «Elogio de la locura».

En esa obra, la Locura hablaba en primera persona. Ella decía que no había alegría ni felicidad que no se debiera a sus favores, exhortaba a desarrugar el entrecejo, proponía la alianza de los niños y los viejos y se burlaba de»los arrogantes filósofos, los purpurados reyes, los sacerdotes piadosos, los pontífices tres veces santísimos y toda esa turba de dioses».

Este hombre molesto, irreverente, predicó la comunión del evangelio cristiano con la tradición pagana:

– San Sócrates, ruega por nosotros.

Sus insolencias fueron censuradas por la Inquisición, incluidas en el Índex católico y mal vistas por la nueva iglesia protestante.

El pensamiento utópico, tal y como yo llegué a concebirlo, era pues lo opuesto al unilateralismo, el sectarismo, la parcialidad, el provincianismo y la especialización. Quien practicase el método utópico debía contemplar holísticamente la vida y verla como un todo interrelacioado: no como una mezcla azarosa, sino como una unión de piezas orgánica y crecientemente organizable, cuyo equilibrio era importante mantener -como en el caso de cualquier organismo viviente- a fin de promover el crecimiento y la trascendencia.

Lewis Mumford, 1962.

Sir Tomás Moro

Tomás Moro, por Eduardo Galeano

Galeano, nos regala en sus libros fragmentos de la historia como no la hemos visto antes: relatos intensos, cotidianos, humanos. Esta semana, ojeando desordenadamente Espejos en busca de un cuento que utilizar en mis clases, fui a dar con el que sigue. Gracias, Eduardo.

A Tomás Moro sí lo entendieron, y quizás eso le costó la vida. En 1535, Enrique VIII, el rey glotón, exhibió su cabeza en una pica alzada sobre el río Támesis.

Veinte años antes, el decapitado habá escrito un libro que contaba las costumbres de una isla llamada Utopía, donde la propiedad era común, el dinero no existía y no había pobreza ni riqueza.

Por boca de su personaje, un viajero regresado de América, Tomás Moro expresaba sus propias, peligrosas, ideas:

  • Sobre las guerras: Los ladrones son a veces galantes soldados, los soldados suelen ser valientes ladrones. Las dos profesiones tienen mucho en común.

  • Sobre el robo: Ningún castigo, por severo que sea, impedirá que la gente robe si ése es su único medio de conseguir comida.

  • Sobre la pena de muerte: Me parece muy injusto robar la vida de un hombre porque él ha robado algún dinero. Nada en el mundo tiene tanto valor como la vida humana. La justicia extrema es una extrema injuria. Ustedes fabrican a los ladrones y después los castigan.

  • Sobre el dinero: Tan fácil sería satisfacer las necesidades de la vida de todos, si esta sagrada cosa llamada dinero, que se supone inventada para remediarlas, no fuera realmente lo único que lo impide.

  • Sobre la propiedad privada: Hasta que no desaparezca la pripiedad, no habrá una justa ni igualitaria distribución de las cosas, ni el mundo podrá ser felizmente gobernado.