La utopía del trabajo

«Ellos sólo pedían dignidad.»

El 1° de mayo se conmemora en todo el mundo el Día Internacional del Trabajador en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, grupo de cinco sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886.

Pedían devolver todo el honor al trabajo, concretándolo en la reivindicación de las 8 horas: 8 horas de trabajo, 8 horas de descanso y 8 horas de formación. En EEUU a principios del S. XIX una ley prohibía trabajar más de 18 HORAS, “salvo caso de necesidad”. Por las luchas obreras muchos países de Europa y América conquistaron las 8 horas y prohibieron el trabajo de los niños.

Aqui os dejamos un extracto del discurso de Samuel Fielden, uno de los Mártires de Chicago, que hemos rescatado para la obra de Utopía.

«Yo amo a mis hermanos los trabajadores como a mí mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia. El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora del arrepentimiento. Hoy el sol brilla para la humanidad; pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo si mi muerte puede adelantar un sólo minuto la llegada del venturoso día en que aquél alumbre mejor para los trabajadores. Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de la corrupción se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipado, libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos de nuestra época y de nuestras caducas instituciones.»

 

Erasmo de Rotterdam

Erasmo

De nuevo un relato de Eduardo Galeano:

Erasmo de Rotterdam dedicó a su amigo Tomás Moro el «Elogio de la locura».

En esa obra, la Locura hablaba en primera persona. Ella decía que no había alegría ni felicidad que no se debiera a sus favores, exhortaba a desarrugar el entrecejo, proponía la alianza de los niños y los viejos y se burlaba de»los arrogantes filósofos, los purpurados reyes, los sacerdotes piadosos, los pontífices tres veces santísimos y toda esa turba de dioses».

Este hombre molesto, irreverente, predicó la comunión del evangelio cristiano con la tradición pagana:

– San Sócrates, ruega por nosotros.

Sus insolencias fueron censuradas por la Inquisición, incluidas en el Índex católico y mal vistas por la nueva iglesia protestante.