Las paradojas son una estupidez, no tienen sentido, no sirven para nada. ¿Qué es eso de «quien pierde, gana» o «si quieres poseerlo todo, no poseas nada»?.
Por mucho que lo intentemos, si tratamos de entender estas paradojas con la cabeza, no lo vamos a conseguir, porque la paradoja, amigos, no se entiende con la cocorota, se entiende con la vida. Abrazar una paradoja, significa volverte del revés. Sólo el hombre al revés es capáz de construir un mundo al revés, una utopía. Y esto no lo decimos nosotros, tenemos ejemplos en la historia.
San Juan de la Cruz, contemporaneo de Moro, abrazó paradojas. En su célebre dibujo del Monte de perfección la recta senda del ascenso aparece flanqueada por dos caminos laterales sin salida. El de la derecha, el camino mundano, señala sus peligros: poseer, gozo, saber, consuelo, descanso. Asimismo el de la izquierda marca también los peligros de un camino espiritual: gloria, gozo, saber, consuelo, descanso. Sorprende especialmente la leyenda de los escalones del camino central, el correcto, en los cuales se lee: Nada, nada, nada, nada, nada. Algunas de sus paradojas resumen bien su doctrina, como: «Niega tus deseos, y hallarás lo que desea tu corazón» y «El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez, y padecer por el Amado».
En la tradición zen utilizan las paradojas para meditar. Allí se llaman koan y tienen el propósito de desconcertar el pensamiento discursivo lógico-racional y provocar un shock que lleve a un aumento de conciencia.
Y sin irnos tan lejos, el mismo Tomás Moro tuvo que morir decapitado para mantener vivos sus ideales.
Cuando empezemos a perder el tiempo en cosas que no son razonables, entonces, será cuando estemos abrazando la paradoja.